El punto de vista de Satán (F. Ricard sobre la obra de M. Kundera)


Traducción de la “postface” de François Ricard a la edición “Folio” de “La vie est ailleurs” ("La vida está en otra parte") de Milan Kundera.


El punto de vista de Satán

(Le point de vue de Satan)




Bajo una apariencia inocente, la obra de Milan Kundera es una de las más exigentes que podemos leer en la actualidad, y empleo esta palabra en su sentido más radical, para significar que esta obra presenta a la mente y al corazón, un desafío extremadamente difícil de afrontar, que nos cuestiona de forma irrevocable.

Entregarse a ello, consentirlo verdaderamente, es arriesgarse a ser arrastrados mucho más allá de lo que, nosotros, en principio, hubiéramos creído, hasta una suerte de límite de la consciencia, hasta este “mundo devastado”, que descubre al final de su relato, el héroe de “La broma”. La lectura es aquí, verdaderamente, una devastación.

No saben los críticos hasta que punto aciertan cuando utilizan, a propósito de la obra de Kundera, la palabra “subversión”. Pero pocas veces dicen hasta qué punto esta subversión es total, definitiva, sin vuelta atrás. Y esto por dos razones muy simples. La primera, es que la obra de Kundera, a diferencia, por ejemplo, de la de otros “subversivos” claramente identificados (Artaud, Bataille, Duvert, etc.), no se presenta como tal, no propone ni teoría ni moral de la subversión, y nunca llama al escándalo. Subversiva, lo es simplemente, suavemente, insidiosamente podríamos decir, pero a fondo y sin remisión.

Desde fuera, las novelas y relatos de Kundera son relativamente inofensivos: la forma es, a menudo, de apariencia bastante tradicional, con un espacio reconocible, personajes bien identificados, temporalidad e intriga verosímil, y sobre todo una escritura simple, un poco dieciochesca por su sobriedad y su rigor, muy lejos, en todo caso, de las “deflagraciones textuales” (de hecho a menudo puramente textuales), a las que nos ha habituado el nuevo academicismo novelístico de los últimos quince o veinte años.

Sería entonces teóricamente posible leer “La Broma”, “La Vida está en otra parte”, “El Vals de los adiós”, o “El libro de los amores ridículos” simplemente como historias buenas, bien conducidas, cautivadoras, interesantes, divertidas, sin más. Pero esta lectura “superficial”, sólo sería posible si no nos viniera, leyendo, el sentimiento, precisamente, de esta “superficialidad”, si, mientras leemos, desapareciera la consciencia de encontrarnos en presencia de un relato ácido, iluso, trucado.

Sin embargo, a esta consciencia, a esta perplejidad, el lector no puede escapar. Muy pronto, su inocencia se vuelve insoportable, y tiene que empezar a leer de forma diferente, a leer realmente, es decir con cautela, y sumido en una profunda incertidumbre. Lo que tiene “delante de los ojos” deja poco a poco de ser una historia, y se convierte en el simulacro de una historia; los personajes ya no son personajes, sino sombras de personajes; el balneario ya no es un balneario sino una suerte de decorado de cartón piedra, iluminado por una luna de papel, que recorren figurantes disfrazados que ya no saben muy bien en que obra están actuando; y finalmente, incluso yo, lector, dejo de ser un hombre que lee, para ser un hombre que finge leer, porque la sospecha ha entrado hasta mi propia identidad, y me consume enteramente.

Las máscaras no caen: simplemente, se dejan ver como máscaras, lo que quizás es peor, tal y como se da cuenta el Jaroslav de la “Broma” cuando empieza a ver, no la cara del Rey sino el velo que le impide mirarlo.

Sin embargo, esta subversión “en menor”, podríamos decir, es mucho más eficaz que las denuncias más estruendosas. Kundera no destruye el mundo con truenos: lo deshace pieza por pieza, metódicamente, y sin ruido, como un agente secreto.

Al final, nada se derrumba, ninguna ruina tapiza el suelo, no se oye ninguna deflagración, y las cosas parecen no haber cambiado nada: más bien parecen vaciadas, facticias, frágiles, y marcadas por una irrealidad definitiva. Esta sutileza y esta ligereza, si bien aumentan de hecho la eficacia de la subversión, son también, lo que la hace imperceptible al lector apresurado, aunque a su pesar, no puede no estar, secretamente, sacudido por ella.

Pero aún más que su apariencia anodina, lo que caracteriza el espíritu subversivo de Kundera, y lo vuelve tan exigente, Lo que explica que tan a menudo no se haya entendido, es su radicalismo, esta negatividad en que se basa, y hacia la cual arrastra al lector, es, en cierta medida, casi insoportable.

Eso hace que la recuperación tenga aquí el camino abierto, la recuperación que no es más, en definitiva, que la negación a seguir realmente, y hasta el final, la llamada de la obra.

Es lo que pasa, por ejemplo, en la utilización con fines políticas. Occidente, con la consciencia tranquila, se ha inventado, desde hace poco*, una categoría cómoda en la cual incluye a ciertos escritores de los países socialistas: la disidencia, cuyas manifestaciones son ahora bien conocidas: la persecución política, la imposibilidad de publicar (salvo en “samizdat”), el exilio, pero sobre todo, sobre todo el hecho, para el escritor, de apoyar otras posiciones políticas que las del régimen en vigor en su país.

* Texto escrito en 1978


Y la mayoría de estas características se aplican a Kundera. Por eso se le ha incluido a él también en la categoría de los disidentes, es decir de los escritores que denuncian el terror soviético y defienden a su pueblo contra la invasión militar e ideológica de Checoslovaquia. Evidentemente, eso es verdad. Pero solamente a un cierto nivel, nivel en que se quedan, desafortunadamente los que sólo hacen de las novelas de kundera una lectura histórico-ideológico-política simple, que yo llamo, justamente, utilización política.

Me explico.

Como habitualmente se hace, tenemos razón al ver, no sólo en “La Broma”, sino también en “La vida está en otra parte”, “El vals del los adioses”, incluso en ciertos relatos de “El libro de los amores ridículos”, un cuadro completo e impactante - más impactante aún cuando se presenta en el marco de lo que, yo, llamaría la epopeya privada – de la historia política checa entre los años treinta y los justo después de la “Primavera de Praga”. En esto, la “caída” de Ludvik Jahn representa muy bien la desilusión de toda una generación , de todo un pueblo, que habiendo creído en el “Golpe de Praga” de 1948, tardará luego veinte años en poder reírse de él un breve instante, antes de tener que callarse de nuevo.

En este sentido, está muy claro que la obra de Kundera representa una de las denuncias más virulentas del Stalinismo, cuyos mecanismos analiza sin piedad, poniendo en relieve el inmenso engaño.

¿ Pero por que parar aquí ?. Hay que seguir, hay que atreverse a ir más allá y ver que si Kundera , en realidad, puede mirar de esta forma tan penetrante la historia y la política de su país, es, evidentemente, porque ha conocido todo eso muy de cerca, y ha estado, el mismo, implicado como victima y como oponente, pero también, y quizás más aún, porque a partir de un cierto momento ( o de un cierto punto de reflexión), se ha alejado radicalmente de todo esto, se ha apartado de manera absoluta, al igual que Ludvik, el protagonista de “La Broma”, que conoce realmente su propia vida justo cuando deja de creer en ella.

Sin embargo, se considera, a menudo, a Kundera, un escritor político (es la suerte común de los “disidentes”), se leen sus novelas como propaganda pro Ducek, anti-soviética, anti-P.C.T.*, cuando se trata de algo totalmente distinto.

Porque es toda Política, (y no sólo regimenes de derecha o de izquierda), es la propia realidad política la que esta obra rechaza.

Aquí, la “subversión política” es global, no ataca sólo a tal o tal realización, sino a la idea misma, al “Ídolo” (como diría Valery con quién Kundera tiene más de un parecido), de la política.

En el fondo, la visión que tiene Kundera de la historia y de la política es lo que es, porque no trata la historia y la política con “seriedad”, sino más bien con “distancia”, una distancia que no tiene nada que ver con la “objetividad” científica o historiadora, ni con el análisis de un militante de oposición (distancia puramente táctica), porque se trata de una distancia absoluta, incondicional, la distancia del “nocreer” de la cual – a diferencia de otras – no se puede volver.

* Partido Comunista Checo.


“ ¿Y si la historia bromeaba ?” se pregunta Ludvik. Esta interrogación que no pueden hacer,(porque les anularía), ni el historiador ni el político (incluso de la oposición), contiene en sí misma su propia respuesta. A través de esta pregunta, que le inspira y en la que está basada su lucidez, la obra de Kundera, sobre esos temas, es el equivalente - y la prolongación – de la que Jaroslav Hasek (tan desconocido para nosotros) había escrito cuarenta años antes, y que, como la de Kundera para la época contemporánea, es el cuadro más verídico de la Checoslovaquia austro-húngara, una desmitificación radical, una inmensa risa que sólo la literatura puede enviar a la política y a la historia, para dejarlas desnudas, sin ninguna piedad, es decir, convertirlas en nada, lo que no es, en absoluto, una manera de escaparse de ellas, sino más bien una forma de penetrarlas, de desarmarlas en profundidad, y de denunciar sus horrores, que son más escandalosos aún cuando no tienen otra justificación que el absurdo discurso del que se visten.

En otras palabras, si las novelas de MK son hasta ese punto el retrato fiel de la historia política contemporánea, es porque toman esta historia, cualquier historia, sólo por lo que es: una ficción inconsciente, una tragicomedia monumental e irrisoria, un balón que sólo la literatura, quizás, sabe desinflar.

No llegar hasta ahí, considerar las novelas de MK obras de polémica política, es pues, hablando con propiedad, tergiversarlas. Igual que –para cambiar de campo sin cambiar en realidad –es tergiversar una novela como La vida está en otra parte no ver en ella más que una sátira de la mala poesía.

También esto, es una manera de pararse en el camino, de no seguir las intenciones de la novela hasta el final, puede que porque ese final, como decía, tiene algo de demasiado exigente, casi de insoportable. Porque el objeto de la crítica (de la “subversión”), aquí no es la “mala” poesía, sino realmente – hay que decirlo - toda poesía, toda forma de lirismo sea cual sea.

Pero el lector no llega fácilmente a esta conclusión, es decir sin haber superado las resistencias extremamente tenaces que, en el fondo de él mismo, le retienen para alcanzar esa idea. En un primer momento todo va bien y la novela se presta a reír de buena gana. Jaromil se me presenta de golpe ridículo, veo en él, en este niño mimado luego adolescente con granos, una figura caricaturesca del poeta, sin más, y esto siendo sensible sólo a la deformación, y a la perversión en él de la poesía. Me río de ese mal poeta que se cree un genio, me río serenamente, porque puedo decirme que Jaromil no soy yo, que yo no soy él, que la verdadera poesía se le escapa, y que mi confianza entonces está a salvo. Pero resulta que muy pronto, si sigo leyendo (leyendo verdaderamente), mi risa se vuelve forzada, y Jaromil empieza a parecérseme peligrosamente, sobre todo por su fe sincera en Rimbaud, Lermontov, Lautréamont, Maïakovski, Rilke, en quienes yo también he puesto, como se dice, toda mi complacencia y de quien, por consiguiente, ya no es posible reírme de la misma manera ni con la misma serenidad. El bufón que hacía un momento aparecía en escena, delante de mí, baja al patio a mi lado, en mí, tanto como Jaromil, ya casi no puedo mantenerlo a distancia. Del angelismo de Jaromil, heme aquí arrastrado hacia el mío, hacia mi propio lirismo, hacia lo que en mí se sustenta de poesía, es decir, esencialmente, hacia mi propia inocencia. La caricatura se ha convertido en espejo.

Siendo así me acojo a un último recurso: al menos, pienso, la poesía de Jaromil es ramplona, y creyéndose poeta se equivoca “objetivamente”. ¿Pero es este el caso? Leamos con “honestidad” (o apartándolos de la novela) los poemas de Jaromil. ¿Realmente es mala poesía? ¿No soy yo quien se equivoca, quien se aferra a la supuesta mala calidad de estos versos para protegerse –y proteger su conciencia –de la ironía de la que son objeto? De hecho la poesía de Jaromil tiene tanto valor como otra cualquiera, su talento es auténtico. ¿Y si le niego esta autenticidad, si rechazo reconocer a su poesía el valor que posee, no es en realidad para conservar intacta e inocente mi propia fe en la “autenticidad” y en el “valor” de la poesía? No es sólo porque rehúso admitir esta (terrible y sin embargo simple) constatación: la poesía, cualquier poesía, todo pensamiento poético es superchería. O incluso: una trampa, y una de las más temibles que haya.

Admitámoslo. Es extremadamente difícil seguir hasta ahí (hasta este escándalo) las vías de esta novela, y numerosos refugios , a lo largo del camino, pueden hacer que me desvíe, que me proteja. Pero si consiento, si no me dejo engañar por los refugios , la “subversión” hasta donde me lleva la novela es una de las más radicales, ya que me obliga, precisamente, a poner en duda aquello por lo que creía que pensaba que me iba a permitir librarme de la comedia política y de la broma del mundo, aquello donde, una vez probada la irrealidad de todo lo demás, una vez reveladas todas las máscaras, parecían residir la única cara desnuda de la realidad. Sin embargo, result0a que esta base misma se derrumba y que de nuevo , irremediablemente, me encuentro devuelto a la ronda inmutable de las máscaras.

Así, con Don Quijote y Madame Bovary , La vida está en otra parte es, quizás, la obra más dura nunca escrita contra la poesía. La poesía como territorio privilegiado de la afirmación, del entusiasmo y de la “autenticidad”. La poesía como último refugio de Dios. Se puede leer esta novela como una sátira contra los malos versos, de acuerdo, es una excelente manera de defenderse contra lo que es, en realidad, una empresa mucho más radical: la destrucción de las últimas murallas de la inocencia.

Pero ¿ qué hay más allá de la inocencia? ¿ qué hay más allá de la poesía? Nada. Más bien, este más allá no es otra cosa que el más acá. Más allá de la poesía, igual que más acá de la poesía, reina la prosa, es decir : incertidumbre, aproximaciones, disparidad, juego, parodia, desacuerdo del alma con el cuerpo, de las palabras con las cosas, mascarada, error, en una palabra: Satán, el doble de Dio, pero (como en un espejo), un doble inverso, degradado, falso, irónico, absurdo, un doble que intenta hacerse pasar por su modelo, que generalmente lo consigue, y que por eso no deja de burlarse. Entonces, no me queda otra manera de no dejarme engañar que burlarme también.

Leer Kundera, pues, es adoptar este punto de vista de Satán, sobre la política y la historia, sobre la poesía, sobre el amor, y en general, sobre cualquier conocimiento. Y justamente por eso esta obra no es sólo pura subversión, es también pura literatura. Porque no ofrece ningún conocimiento, a parte del de la relatividad, o casi diría del de la teatralidad de todo conocimiento (sea poético, o incluso onírico); no afirma nada más que la insuficiencia, y por consiguiente la impertinencia de toda afirmación; no demuestra nada más que el imperio eterno e insignificante del azar y del error; en fin, me devuelve a mi consciencia primera que ninguna ideología o ninguna ciencia puede tolerar o recubrir, es decir la conciencia de que a toda realidad se mezcla otro tanto de irrealidad , que en todo orden subsiste un desorden aún más profundo, y que yo mismo soy otro y menos que yo mismo, lo que, en definitiva, no merece más que una carcajada, pero la merece plenamente.

Todos los héroes de Kundera, que se llamen Ludvik Jaroslav (La Broma), Jakub (El Vals de los adiós), el “cuarentón” (La Vida está en otra parte), el asistente ( Nadie se va a reír), o Eduardo (Eduardo y Dios), todos han vivido, militado, sufrido, amado y envejecido, sólo para llegar inevitablemente a la conclusión de que, viviendo, militando, sufriendo, amando, no han hecho nunca otra cosa, de verdad, (de verdad ?), que creerse otras personas, y sobre todo imaginar el mundo como lo que quizás debería haber sido pero que no es, es decir como la creación de Dios. En toda su simplicidad, esta conclusión es la última subversión, la que, para el lector, encuentra más resistencia, porque esta misma resistencia hace de él lo que es : verdugo disfrazado de victima, objeto travestido en sujeto, sombra que se cree dotada de realidad. Pero “es lo natural en el hombre, como dice Chvéik: mientras vivimos nos equivocamos”.

Sin embargo hay que vivir…..

ALGUNAS DE LAS FOTOS DE MIGUEL ÁNGEL SALIDO QUE SE PUEDEN VER EN LA EXPO !


Miguel Angel Salido de 27 años, su vocación artística despierta a muy temprana
edad, primero como pintor abstracto. Y más tarde como fotógrafo artístico.
A partir de la técnica mixta consigue descubrir todo su interior, mostrándolo en
su obra a cuantos sepan observarlo. Para ello recurre a la naturaleza, toma lo mas bello de ésta y nos la muestra a su manera.